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En Celebración de la Vida de
Monseñor Armando Jiménez Rebollar
4 de marzo de 1917 9 de diciembre de 2008
Monseñor Armando Jiménez Rebollar nació en La Habana el 4 de marzo de 1917. Fueron sus padres Don Joaquín Jiménez D’Acosta y Doña María Rebollar y González que procrearon una familia de seis hijos: José Joaquín, Consuelo, Alberto, Dulce María, Elsa y Armando Eugenio. Armando Eugenio fue ordenado sacerdote el 7 de julio de 1946 en la capilla del colegio La Inmaculada de La Habana. Su primera labor pastoral fue la de Capellán en la Prisión de Isla de Pinos y poco tiempo después fue asignado como párroco en Guanabo y Campo Florido, de la Parroquia de Santa Ana. Allí además levantó con sus esfuerzos la iglesia de Santa Rosa.
Su celo apostólico no le concedía tregua. Consciente de la necesidad de templos en aquellas comunidades que crecían próximas a La Habana, construyó la Iglesia de Playa Hermosa y la de la Caridad en Boca Ciega, la de San Pedro y San Pablo en Playa Veneciana, y la capilla de la Virgen de la Caridad en Tumba Cuatro. Y fue gracias a su empeño que Campo Florido y Guanabo vieron abrir las puertas de su primera escuela parroquial.
Durante muchos años Monseñor Jiménez-Rebollar fue también uno de los confesores semanales en el Colegio De La Salle del Vedado, en La Habana, ofreciendo orientación espiritual a los numerosos alumnos de dicho plantel.
Así fue desarrollando su incansable labor de sacerdote, sembrando entre sus fieles el amor a Jesús y a la Santísima Virgen. Había tomado como suyo el lema «A Jesús por María» pero, ¿cómo podría faltar en su parroquia una imagen de la patrona de los cubanos, Nuestra Señora de la Caridad del Cobre?
Por ello, recién instalado en su parroquia entró en contacto con un ebanista y escultor residente en Luyanó, al que encargó una imagen exacta a la que se encuentra en el Santuario Nacional del Cobre. Doña María Rebollar de Jiménez, la propia madre del sacerdote fue quien bordó el manto de la nueva imagen.
Y esa es la misma imagen que desde 1961 se venera en Miami. La que a partir de entonces es visitada por todos los cubanos que visitan la ciudad desde cualquier lugar del mundo, los que viven en ella, o los que llegan al exilio cargando la nostalgia y el dolor de lo que han dejado atrás.
En la historia de cómo esa imagen logró llegar a Miami, Mons. Jiménez desempeñó un papel principal. En Cuba ya se vivía un tercer año de angustias y temores porque la luna de miel con el nuevo gobierno se había terminado a poco de comenzar y el fracaso de Bahía de Cochinos había sido un golpe bajo a la esperanza. A raíz del descalabro de la Brigada 2506, Mons. Jiménez fue encarcelado al igual otros 500 sacerdotes en toda Cuba.
En Miami ya vivían unos 30,000 cubanos que en ese año 1961 necesitaban -aún más- algo que los uniera, que no los hiciera sentirse abandonados hasta de Dios. Mons. Jiménez había emigrado a los Estados Unidos en aquel propio año y conjuntamente con Mons. Luis Pérez, compañero en el seminario, comenzaron a preparar una celebración extraordinaria para la fecha del 8 de septiembre. Tendría que ser algo multitudinario, celebrar la Eucaristía en un lugar donde cupieran todos los hijos de nuestra patrona: un estadio. Su imagen cubana iba a estar presente también, para ser lazo de unión y revivir sentimientos de cubanía y de fe. La multitud que abarrotaba el estadio no lo sabía, pero providencialmente acababa de llegar de Cuba aquella imagen que Mons. Jiménez había ordenado para su parroquia de Guanabo y que ahora entregaba a los cubanos de la diáspora: era también el lazo que los uniría con los que quedaban en la Isla. La imagen fue llevada a la Embajada de Italia por un familiar del P. Jiménez, y luego traída a Miami por un cubano refugiado en la Embajada de Panamá, Luis Gutiérrez Areces. Rafael Peñalver, presidente del Instituto San Carlos de Cayo Hueso, considera que «esa gestión de Monseñor Jiménez-Rebollar es parte del gran legado que deja a todo el pueblo cubano».
Mons. Jiménez permaneció en Miami por un tiempo y de allí fue a Ohio a servir como misionero entre los inmigrantes temporeros ocupados en la recogida de las cosechas. En 1963 fue transferido a la Arquidiócesis de Washington DC, en la que sirvió hasta su jubilación en 1992 aunque sin dejar de servir a la comunidad aún después de estar jubilado.
En los comienzos, la propia Arquidiócesis dirigió su ministerio a la ayuda social y espiritual de los refugiados cubanos que se establecían en el área. Ayuda social en la que Mons. Jiménez se volcó nuevamente al producirse el éxodo del Mariel en 1980, visitando regularmente a los refugiados retenidos en el campamento de Indian Gap, en Pennsylvania.
A su llegada a la Arquidiócesis fue situado en la parroquia de St. Paul & St. Agustine. En 1968 fue nombrado Pastor Asociado en la Catedral Metropolitana de San Mateo, y en 1973 Pastor Asociado en la Parroquia St. Stephen Martyr, estas tres parroquias situadas en Washington DC. Su último desempeño con responsabilidades parroquiales fue como Pastor Asociado en St. James, en Mount Rainier, Maryland, desde 1975 hasta 1992. Al mimo tiempo, y aún después de haberse jubilado oficialmente, celebraba Misa todos los domingos en la iglesia St. Bartolomé, en Bethesda, MD, para la feligresía hispana de esa parroquia. Igualmente prestaba su ayuda al Padre Julio Álvarez en la Parroquia de St. Mark the Evangelist en College Park, y últimamente celebraba la Misa dominical en español en St, Ambrose, en Cheverly, ambas parroquias situadas en Maryland.
Su dedicación a la Comunidad Hispana lo llevó a trabajar de consejero en el Condado de Montgomery. SS Juan Pablo II le concedió el título de Monseñor en atención a sus continuados y valiosos servicios prestados a la Iglesia y a la feligresía hispana.
Mons. Jiménez disfrutaba viajar y visitar lugares marianos en todo el mundo. Fueron varias las peregrinaciones que llevó a Tierra Santa, Lourdes y Roma, como la que tuvo lugar en el año 1975 con motivo de la canonización de St. Elizabeth Seton. También encontró un hogar en Washington, la ciudad donde ejerció su labor apostólica por más de cuarenta años y adonde regresaba siempre después de pasar cortas temporadas en Miami visitando a sus familiares. No faltaba a su cita navideña con ellos, ni a su cita anual con sus antiguos parroquianos de Guanabo y Campo Florido a finales del mes de julio, para celebrar con ellos la fiesta de Santa Ana.
Después de su jubilación, vivió en la Residencia O’Boile para sacerdotes retirados. Allí oficiaba diariamente la santa Misa en la capilla de la residencia, que a la vez es compartida por el Carroll Manor Nursing Center. Su apartamento siempre estaba abierto para recibir a todos los que buscaban su amistad y consejo. Por su delicado estado de salud marchó definitivamente a Miami junto a sus familiares en el mes de septiembre del pasado año 2008.
Si Mons. Jiménez dejó a los cubanos de Miami un legado invalorable, otro tanto podemos decir los cubanos que permanecemos en esta área de Washington, Maryland y Virginia, y que tuvimos la suerte de contar con su presencia y su consejo durante cuarenta y tres años. Y por si fuera poco, nos dejó también una imagen extraordinaria de Nuestra Madre Celestial, María de la Caridad del Cobre.
No fue sencilla la nueva tarea que se echó sobre sus hombros Mons. Jiménez para poder entronizar a nuestra Patrona en una de las Basílicas más hermosas del mundo, símbolo de la fe
Fueron largos los años que se necesitaron para reunir, centavo a centavo, el no pequeño costo de la imagen, tamaño natural y tallada en mármol, cuya belleza y calidad tenía que estar a la altura de la magnificencia del templo que la alberga. La imagen, obra del escultor cubano Manuel Rodulfo Tardo fue la primera lograda en la Basílica por concurso y no por encargo de su arquitecto. Cuestaciones populares, los sobrecitos de cada año al acercarse la Fiesta de la Caridad, la segunda colecta de cada una de esas fiestas, rifas, zarzuelas que nos traían desde Nueva Jersey hispanos voluntarios… fueron cubriendo poco a poco los gastos de tan hermosa obra. Monseñor Jiménez fue el alma y el motor de ese empeño. Y al empeño cooperaron todos, cubanos o no, ¡cuántos hermanos hispanos contribuyeron a la par que los que nos enorgullecíamos en tenerla por Madre! Mons. Jiménez siempre estuvo consciente de ello y, al igual que nunca hubo distinción en su trato para los que a él se acercaban, no se cansaba tampoco de agradecerles y pregonar su ayuda.
María de la Caridad del Cobre, desde su nicho en la Basílica, nos sigue esperando cada año cuando se acerca el 8 de septiembre. No la defraudaremos. Su veneración hemos de trasmitirla a nuestros hijos y nietos para que ella siga uniendo a todos los cubanos de generación en generación. Para que siga siendo la Madre amorosa que nos acoge a todos bajo su manto y nos lleva hacia Cristo, su divino Hijo. Como siempre, nos seguiremos reuniendo de año en año los cubanos y hermanos hispanos en esa su fecha. Con ella y con el imborrable recuerdo de Monseñor Jiménez.
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1 comentario:
Tuve el honor de cantar con el grupo de la zarzuela que fue a Washington, DC en los anos 70. Luego tuve el honor de cantar con el coro que dirigia Teresita Blasco en West New York, NJ y que fuimos al Santuario Nacional de Nuestra Senora en Washington, DC en el dia de la instalacion de la imagen de marmol a la que hace referencia en este articulo. Salud, paz y amor para todos.
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